lunes, noviembre 25, 2024

Padres que juegan

Jugar nos muestra a los demás sin máscaras
¿Estamos enseñando, estamos educando?…. ¡Estamos disfrutando!

Cada vez hay más padres que juegan. Juegan porque es bueno para el niño, porque desde la familia es desde donde el niño se inicia en los juegos y en el aprendizaje. Pero si jugar es la actividad de la infancia por excelencia y es una actividad beneficiosa para los adultos, ¿por qué no al igual que hace el niño, nos entregamos por entero al juego siendo completamente sinceros en el acto de jugar y hacemos de ese momento, un paréntesis en nuestra ajetreada actividad diaria? ¿Por qué no nos relajamos y sencillamente… disfrutamos?

Cuando el niño nos pide jugar, es frecuente estar jugando únicamente de un modo físico, mientras que nuestra atención está en otro sitio, en algo que nos preocupa, en la televisión, en una conversación con otro adulto… Es lo que podríamos denominar, “jugar en off”. Sin embargo, jugar implica participación y acción. El niño no requiere únicamente nuestra presencia física, requiere de nosotros “jugar en on”. Requiere toda nuestra atención, todo nuestro interés.

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Cuando el niño es más mayor, la intencionalidad del juego cambia para el adulto. Ya no es tan prioritario enseñarle un concepto u otro, como invertir un tiempo para hacer algo juntos en algo que a los dos les agrade (unas damas, un parchís, una partida de videoconsola, etc). La relación que se produce al jugar es más horizontal. Ya no es el padre que enseña a jugar; es el padre que juega con su hijo, que se relaja, que se abandona al juego, que se olvida de las tensiones y de las preocupaciones. Es el padre que desconecta de su papel de adulto y se permite aflorar su parte más espontánea y relajada.  

Cuando el hijo es mayor tiene un desarrollo madurativo, cognitivo, motor emocional y social más cercano al del padre. Esto les permite poder jugar a juegos más complejos, más al nivel de los dos, mientras que cuando el niño es pequeño, lógicamente, el juego debe estar adaptado a las necesidades del pequeño.

Cuando el niño es pequeño, el padre principalmente disfruta del hijo que juega. Cuando crece, disfruta del propio juego junto al hijo.

El acto de jugar desarrolla en el adulto una capacidad lúdica ante la vida, que le permite improvisar el juego en diferentes situaciones y hacerlas especiales. Un cumpleaños puede ser una simple entrega de regalos o una aventura para encontrar tesoros. En esos momentos de preparación del juego, el adulto disfruta de lo que está haciendo y, además, el propio juego se convierte en un regalo.

Hay quien dijo que el fin justifica los medios, pero el juego en sí mismo, la acción de jugar, es un medio que no tiene porqué ser justificado. En el juego, el medio y el proceso, es lo más interesante.

El proceso del juego nos permite invertir tiempo juntos. Además de recuperar la energía, relajar las tensiones, provocar la risa y desinhibirnos, favorece la aparición de emociones que no nos permitimos exteriorizar en otros marcos de nuestra vida. El acto de jugar es la mejor oportunidad que tenemos para mostrarnos a los demás sin máscaras. El acto de jugar es la mejor oportunidad que tenemos para ser nosotros mismos.

Vía: ludomecum

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