jueves, septiembre 19, 2024
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Jugar en familia sí, pero ¿hasta cuándo?

Cuando son pequeños es fácil jugar con nuestros hijos. Cuando crecen las relaciones son diferentes.s

No me cuentes cuentos que ya no soy un niño…
El apoyo emocional es algo imprescindible para cualquier miembro de una familia, sea cual sea la etapa evolutiva en la que se encuentre. Unas cosquillas, la lectura de un cuento, el canto de una nana… Todo aquel juego o actividad que al niño le haga sentir querido y protegido, será una perfecta herramienta para que su desarrollo sea óptimo.

Cuando los niños son pequeños, la relación es relativamente fácil ya que el niño asume, se deja guiar, aún no tiene capacidad para desafiar o poner en tela de juicio, de una manera lógica, las decisiones de sus padres.

El padre y la madre se muestran, en estas edades, como figuras que ayudan en el juego y enseñan a jugar.
Sin embargo, a medida que crecen los niños, muchos son los padres que viven angustiados por la responsabilidad educativa que les toca vivir y ejercen un abusivo control, para descubrir los comportamientos de sus hijos, los amigos de los que se rodea o los lugares a los que suele ir.

La diferencia generacional entre padres e hijos, los rápidos cambios sociales y la diferencia en las expectativas que los padres y los hijos tienen, hacen que la comunicación y la relación entre los miembros de la familia, en ocasiones, se debilite.

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La adolescencia y la juventud, por ejemplo, constituyen periodos de grandes cambios físicos, síquicos, emocionales y sociales que se caracterizan por la búsqueda de la propia identidad de uno mismo.

Son etapas en las que el individuo se distancia de los padres. Este hecho es una característica de la etapa evolutiva que les toca vivir y no se produce en casos aislados, sino que es común a la gran mayoría de adolescentes y jóvenes. La crítica, la ruptura de las normas, el esfuerzo por ser únicos y diferentes, la provocación ante unos padres que “no entienden” a sus hijos, son características propias de estas etapas. La paciencia, la comprensión, la firmeza y la coherencia de los padres cobran en esta edad un gran protagonismo. La labor educativa necesita confianza en el hijo al que se está educando.

Al igual que invertimos tiempo jugando juntos cuando son pequeños, es beneficioso para el establecimiento de una adecuada relación familiar, mantener la acción de jugar a medida que crecen. De esta forma conseguiremos que la comunicación se mantenga y la buena relación familiar se consolide.

Cuando los niños son pequeños juegan porque es una actividad propia de la infancia, pero al crecer la frase jugar es cosa de niños, se extiende por los colectivos adolescentes y juveniles a no ser que jugar tenga que ver con el deporte, con las nuevas tecnologías, con el coleccionismo o con el rol.

Depende de los padres prolongar el juego en el tiempo, que les invitemos e incitemos a jugar solos, con sus amigos y con la propia familia. Para ello, los juegos, los juguetes y las maneras de jugar deberán ir acomodándose a las nuevas necesidades e intereses de los miembros de la familia. Los padres deberán buscar, escuchar las sugerencias de los hijos y dejarse llevar por nuevos juegos y nuevas actividades que, sin infantilizar a los niños, les permita seguir jugando juntos y seguir compartiendo experiencias y emociones.

Vía: ludomecum

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